26 Oct Málaga
El Málaga, con una actuación estelar del canterano malagueño ante el Oviedo, consigue su primera victoria (2-1) en La Rosaleda, la segunda consecutiva y abandona los puestos de descenso
José Criado
Fotos: LaLiga
Hay grandes dosis de Antoñín en este Málaga. Hay mucho de ese joven malagueño en este equipo. Hay trabajo detrás, humildad, ambición y descaro. También seguridad, con la que ha aprendido él a desplegar su juego y el Málaga a ganar los dos últimos partidos. Y desde luego confianza, como la que siempre otorgan las victorias. Antoñín le inyecta al Málaga gasolina pura, pero rememora sus raíces, como son las de volver al fútbol que no engaña y del que se deja hasta el último suspiro. Ante el Oviedo el equipo de Víctor Sánchez del Amo ha sumado su primera victoria del curso en casa -ya era hora-, pero también ha sumado su segundo triunfo consecutivo. Una confirmación en La Rosaleda de que el equipo evoluciona considerablemente, pero bajo una actuación memorable de Antoñín Cortés Heredia. O mejor dicho, de Don Antonio.
A Antoñín posiblemente no le van los fuegos de artificio. No deja demasiados “highlights” para el canal de Youtube de parabólicos. Pero es honesto. Es obstinado en su trabajo. Y tiene calidad para dar y regalar. El primer gol del partido es una jugada que se inventa él porque tiene fe. Pelea un balón que casi cualquier otro no pelearía. Y fruto de ello llegó al área y dejó a su defensa cazando mariposas. Regate en un palmo y definición de crack. El segundo gol malaguista es un acto de confianza del palmillero. Encara al rival, lo reta en velocidad y el zaguero lo derriba en el área. El penalti lo marcó Adrián, pero el sello era de Antoñín.
El delantero malaguista, el canterano, puso patas arriba La Rosaleda. Y es que parece que siempre se cantan con más energía y alegría esos goles autóctonos, esos que hemos visto por los campos de la provincia y que ahora se regalan en La Rosaleda. En cualquier caso, Antoñín fue la punta del iceberg, porque el Málaga es otro. Dominó de principio a fin al Oviedo, que venía en dinámica positiva. Y controló casi todas las facetas del juego. Incluso cuando encajó el gol asturiano no dio concesiones a su rival. El conjunto blanquiazul ha tomado poso y se podría decir que tras esta victoria, también puede alcanzar velocidad de crucero. El tiempo lo dirá, pero desde luego no mostró ni uno de los síntomas que meten a un equipo en zona de descenso. Un puesto que por el momento ya ha dejado atrás.
Ante el Oviedo, el Málaga fue una prolongación de Riazor. Estuvo solidario en el esfuerzo y generoso en el ataque. Amasó un buen puñado de ocasiones que no llegaron a buen puerto por el mal endémico que sigue salpicando a este equipo, que no es otro que la falta de gol. Con Pacheco como jefe de filas en la primera mitad, el Málaga encerró al equipo ovetense en su campo. Fue un partido con alternativas. Más para los locales, pero posiblemente con más sensación de peligro del lado visitante.
Hubo una doble ocasión nada más comenzar con el de Pizarra como protagonista. Sadiku la tuvo poco después con la testa (10'). Y de nuevo Renato y Pacheco avisaron pasados los minutos. El Oviedo se acercó con Ortuño amenazante, pero sin grandes exigencias para Munir. La primera mitad se cerró con un disparo de Adrián, centrado y con la respuesta por parte de Ortuño, que sí requirió una buena estirada de Munir.
Parecía cuestión de tiempo que el cántaro acabase rompiéndose a favor del Málaga. Pero esa historia también la hemos visto muchas veces, en la que no termina de romperse nunca. Esta vez, Antoñín no quiso 'remakes' y marcó un nuevo guión. El de La Palmilla agarró la responsabilidad como los que llevan cientos de partidos en sus espaldas. Lo hizo con pasmosa naturalidad, como si hubiera nacido para hacer esto, para sacar al Málaga del fango en el que estaba metido. Ya rompió la puerta contra el Cádiz, donde marcó su primer gol, pero esta noche ha traspasado el umbral.
Pacheco lo intentó nada más volver de vestuarios, con un despeje del meta rival al palo que a punto estuvo de ser gol. Pero fue en el 55' cuando Antoñín peleó y corrió un despeje de Lombán. El resto ya lo saben, con su regate y su finalización que la podría firmar cualquier jugador caro de esos de la Premier o de la Champions. El gol rompió el partido y terminó de inclinar la balanza. Era una consecuencia al buen hacer, no un hecho aislado. Diez minutos después, de nuevo Antoñín se inventó una internada por la izquierda para provocar un penalti. Adrián puso el 2-0 en el 63'. Quedaba partido pero el Oviedo estaba ko, había levantado la bandera blanca de rendición y por primera vez en todo el curso el malaguismo podía disfrutar de un final de partido tranquilo. O eso era lo que quedaba esperar.
Renato lo intentó con un tiro alto, Juanpi buscó con insistencia su golito para recuperar el puesto perdido en el once, Sadiku tiene hambre de goles e incluso Hicham, con desparpajo y velocidad, marró un mano a mano con un disparo alto. Todo parecía viento en popa con buen fútbol y alegría. Pero el malaguismo tiene estos giros de guión inexplicables. Y llegó con una falta sin aparente demasiado peligro en el 84' y con un error grosero de Munir. El meta malaguista se confió en un balón alto y el rechazo lo aprovechó Ibra Baldé para mandar a la cazuela el balón suelto. Él pasaba por ahí y metió, también, al Málaga en aprietos.
Quedaban seis minutos por delante y la prolongación, que fue más larga que nunca -hasta siete minutos-. Pero el Málaga sólo sufrió de pensamiento, de ver que lo que tenía bien agarrado se podía escapar, de que todos esas neuras que ya parecían enterradas volvieran a florecer con un hipotético empate injusto y apocalíptico.
Pero fue más una ilusión óptica que una realidad. Porque el Oviedo casi ni se acercó por el área de Munir desde que marcó el 2-1. De hecho, posiblemente aprendiendo el equipo de Víctor -que acabó expulsado- de sus errores pasados, el partido prácticamente no se jugó. Y ahí murió poco a poco el primer triunfo del Málaga en La Rosaleda. El primero de muchos, esperemos. Ya era hora.
FICHA TÉCNICA:
+ MÁLAGA CF: Munir; Cifu, Luis Hernández, Lombán, Mikel; Renato Santos, Adrián, Keidi Bare, Pacheco (Juanpi, 68'); Antoñín (Hicham, 74') y Sadiku (Diego González, 92').
+ REAL OVIEDO: Champagne; Nieto (Balde, 79'), Carlos Hernández, Christian Fernández, Mossa; Tejera, Lolo; Sangalli (Bárcenas, 23'), Borja Sánchez (Joselu, 72'), Saúl; y Ortuño.
+ GOLES: 1-0 (55'): Antoñín. 2-0 (63'): Adrián, de penalti. 2-1 (84'): Balde.
+ ÁRBITRO: Iosu Galech Apezteguia (Comité Navarro). VAR: Isidro Díaz de Mera Escuderos. Mostró cartulina amarilla a Keidi Bare (33'), Renato (36'), Carlos Hernández (45+'), Juanjo Nieto (47'), Sadiku (49'), Mikel Villanueva (52'), Antoñín (57'), Mossa (60'), Lolo (74'), Munir (88'), Diego González (95'). Expulsó a Víctor Sánchez del Amo (89') y a Lolo (97'), por segunda amarilla.
+ INCIDENCIAS: Partido correspondiente a la jornada 13 de la Liga SmartBank. La Rosaleda, ante 16.085 espectadores.